Hathor es una de las diosas más antiguas y más amadas del Antiguo Egipto. Su nombre significa «la Morada de Horus», pues es a la vez la madre, la esposa y el sostén del principio solar. Hathor encarna el amor, la alegría, la belleza, la música, la danza, la fertilidad y la sanación del corazón. Es la dulzura que apacigua, la luz que consuela y la presencia materna que envuelve el alma.
La vaca es su símbolo sagrado más profundo. En el Antiguo Egipto, la vaca nunca es un simple animal: es la madre nutricia del mundo, la que ofrece leche, vida y protección. Como la vaca que da sin medida, Hathor representa el amor incondicional, la generosidad pura y la capacidad de sostener la vida sin juicio.
Bajo la forma de la vaca celeste, Hathor porta el disco solar entre sus cuernos. Este símbolo une la Tierra y el Cielo, la materia y el espíritu. Los cuernos dibujan el creciente que acoge al Sol, recordándonos que el amor verdadero es un recipiente sagrado: recibe, protege y hace crecer. Hathor es así la matriz cósmica en la que la luz puede nacer y irradiar.
Sus orejas de vaca poseen también un significado sutil y profundo. Simbolizan la escucha absoluta. Hathor oye las plegarias, los cantos, los llantos y los impulsos del corazón humano. Es la diosa que escucha de verdad, sin corregir ni condenar.
En los templos, se la invocaba para ser escuchado en la verdad más íntima del ser.
Hathor está también vinculada al sonido y a la vibración. Diosa de los sistros y de los cantos sagrados, nos recuerda que la sanación pasa por la alegría, el ritmo y la armonía. Así como la leche nutre el cuerpo, la vibración de Hathor nutre el alma. Despierta la memoria de la ternura original, la que existía antes del miedo y de la separación.
Finalmente, Hathor es la guardiana del corazón. Acompaña a las almas en su tránsito, las acoge después de la muerte y las devuelve a la dulzura. Su amor nunca es débil: es una fuerza de reconciliación, una medicina profunda para las heridas afectivas, las carencias y los traumas ligados a la madre, al amor y a la seguridad interior.
Invocar a Hathor es regresar a la fuente del amor simple, vivo y encarnado. Es recordar que la dulzura es una potencia, que la alegría es sagrada y que el corazón, cuando es nutrido, se convierte en un sol.